P. Christian Viña / Adoración y liberación
La
vertiginosa descristianización, y consecuente deshumanización, que padece
nuestra amada Argentina nos está llevando a que, cada vez más, nos
identifiquemos con los animales domésticos, las plantas y las cosas; y hasta
les demos el trato de personas humanas. La herejía ecologista se ha instalado
entre nosotros. Y ya es común que no pocos adultos llamen a sus mascotas, mi
hijo, mi bebé, la luz de mis ojos, y otras calificaciones antes reservadas para
hombres de carne y hueso… Y que hasta las alimenten y las cuiden tanto o más
que si fueran auténticos cristianos.
Casi
como una plaga se multiplican, aun en barrios humildes, peluquerías caninas,
almacenes para mascotas, y hasta psicólogos para ellas… Y, al mismo tiempo,
vemos azorados cómo cae el número de nacimientos; cómo es cada vez más difícil
encontrar buenos ambientes y hasta buenos comercios con buenas propuestas para niños, y cómo el antinatalismo y la
comodidad promovidos por el Nuevo desOrden Mundial van haciendo estragos en
nuestra sociedad.
Como
seminarista y, luego, como sacerdote, estuve siempre destinado en periferias y
villas de emergencias. Hasta hace unos años abundaban en ellas los niños y los
perros… Hoy los canes llevan la delantera por varios cuerpos…
No
tan visibles pero, también, sólidamente presentes están los gatos. Con su
sistemática astucia, como para caer siempre bien parados, y tener siete
vidas; según el ingenio popular. No en
vano sus características y sus vínculos con diversas circunstancias en la vida
de los mortales, los han llevado a tener, hoy por hoy, más de sesenta
acepciones y expresiones registradas en el Diccionario de la Real Academia
Española.
Argentinísima,
al fin, es la calificación de gato a toda persona que ejerce la prostitución
(¡perdón por no llamarla ‘trabajo sexual’…!), en ambientes por lo general
selectos, y en apariencia bien lejos del vicio más antiguo… Últimamente, y de
modo especial entre muchos jóvenes y no pocos grandes, también se llama gato a
todo aquel que, además de promiscuidad, conjuga marginalidad y hasta delito con
capacidad de seducción y liderazgo. Alguien que es admirado y detestado, al
mismo tiempo.
¡Qué
lejos estamos de aquella bíblica concepción del nombre como mandato! ¿Nos hemos
olvidado, definitivamente, de las palabras del ángel a San José: a quien
pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados
(Mt 1, 21)…?.
El
gato ha remplazado, en la práctica, a casi todos los nombres. E, incluso, está
relegando a cómodos segundos planos a otra grosera expresión vinculada a la
genitalidad masculina…
¡Cómo
sufrimos los párrocos cuando nos traen los niños para bautizar; conscientes de
que muy pocos los llamarán con sus nombres de pila. Que, dicho sea de paso, son
cada vez menos cristianos! Antes se les ponía a los niños el nombre del santo
del día; hoy los toman de internet, o de bárbaros y hasta sanguinarios
personajes paganos, salidos de las telenovelas.
¿Faltará
mucho para que alguien pida bautizar a su hijo como Gato? ¿Si hay ya quienes
ponen el nombre de Mora, estará lejano el día de Pera, Banana o Sandía…?
No
cabe la menor duda: frente a esta tiránica ideología de género, promovida por
el mundialismo masónico y ateo, del narco-porno-liberal-socialismo del siglo
XXI, solo es posible la revolución de la vida y la familia. Y uno de los campos
de batalla es, precisamente, el del lenguaje. El enemigo de Dios, y
consecuentemente del hombre, sabe que se debe deconstruir –como argumenta desde
su ideología- la creencia de siglos (como llama al cristianismo), y así imponer
su materialista y autodestructiva visión de la existencia.
¿Tendremos que asumirnos y presentarnos como
gatos para tener más derechos humanos que los niños por nacer, los ancianos y
enfermos, los excluidos y todos los descartables del globalismo totalitarista?
¿Deberemos pedir que nos traten como mascotas, para no vivir huérfanos, sin
techo, y a merced de los poderosos de turno?
¡Es
hora, pues, del combate! Por supuesto, al dar la batalla, no nos llamarán
gatos, sino otras lindezas mucho más fuertes. Pero, como sabemos, ningún
discípulo es superior al maestro (Lc 6, 40), y nosotros pertenecemos a Aquel
que nos advirtió sobre las tribulaciones. Y que nos llamó a no temer, pues Él
venció al mundo (Jn 16, 33).
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