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El P. Pedro Jaramillo es autor del libro Queridos Sacerdotes. Claves y propuestas para vivir la espiritualidad sacerdotal. De origen español, actualmente es el Vicario de Pastoral de la Arquidiócesis de Guatemala. Les dejamos la entrevista completa que concedió a Vida Nueva.
1. ¿Cómo
surge la idea de escribir el libro “Claves y propuestas para vivir la
espiritualidad sacerdotal? ¿Qué lo motivó?
La idea de poner en libro una cantidad mucho más grande de
palabra – entrañable y exigente - del Papa a los sacerdotes, no fue mía. Fue de
PPC-España. Desde el mero inicio del pontificado de Francisco yo iba recogiendo
y ordenando todas estas palabras para mi reflexión personal y para los muchos
compromisos pastorales que tengo aún con sacerdotes (Ejercicios Espirituales,
charlas, jornadas…). Puedo decir que en mi ya larga trayectoria sacerdotal, nunca
he dicho “no” a cualquier tipo de requerimiento para compartir con hermanos
sacerdotes en cualquier lugar del mundo. Esta tarea, que no es de ahora, sino
que viene de largo: del ambiente de renovación sacerdotal que se dio en España
en torno a Pastores Dabo Vobis (PDV) – antes y después de su publicación, hizo
que muchos sacerdotes -jóvenes entonces – nos entusiasmáramos con aquellos
horizontes de “vida y ministerio” que se abrían. Alfonso Crespo -que hace la
presentación del libro- fue uno de ellos (y en muchas ocasiones fuimos
“compañeros de fatigas) Y, por pertenecer al mismo presbiterio de Ciudad Real.-
España, tengo que recordar el trabajo impresionante en esta línea sacerdotal de
Lorenzo Trujillo. Al ser de la misma diócesis y “empeñados” ambos en esta tarea
sacerdotal (él como Rector del Seminario y yo como Delegado para el Clero en mi
condición de Vicario general), cuando nos llamaban de fuera hasta nos
confundían – por aquello de la rima nuestros apellidos: preguntaban algunos por
Lorenzo Jaramillo y otros por Pedro Trujillo. Trabajamos muy estrechamente
unidos esta línea sacerdotal.
Esto para decirles que nunca pensé escribir este libro. Que
eran simplemente mis anotaciones personales para mí y para mi tarea con
sacerdotes (los Ejercicios Espirituales
- tantos como había ya dado – los vuelco ahora en los “odres nuevos” que
el Papa nos ofrece). Por la amistad que me une a responsables de PPC – tanto en
España como en México – ellos llegaron a conocer este trabajo de uso personal y
pensaron que sería interesante incorporarlo a la colección que ya había
iniciado PPC con la enseñanza del Papa a grupos concretos, con el mismo formato
y título de todos ellos: “Queridos……” (en este caso, los queridos, son los
sacerdotes).
2. A
grandes rasgos, ¿cómo está estructurado el libro?
Si miran la página 2 del libro, verán “el equipo” de
personas que han preparado este resultado final. Yo solamente les ofrecí mi
trabajo, que había consistido – y que todavía consiste, porque no he dejado de
seguir sumando más palabra del Papa sobre el tema – en agrupar las enseñanzas
del Papa por temas (no es fácil, porque, tantas veces en un mismo tema – con la
espontaneidad que le caracteriza – Francisco introduce otros y muy variados
aportes - ), y darles una especie de engarce “narrativo”. El material era más
abundante y fue el mismo equipo responsable el que hizo la selección.
Los temas aparecen por orden alfabético (poniendo a pie de
página de conde están tomados) y – desde ahí desaparece ya mi trabajo personal
y sigue el del equipo de PPC – se presentan unas PROPUESTAS DE TRABAJO con un
primer esquema del tema, para retenerlo “De un vistazo”, pasando luego a
trabajarlo “personalmente” y “en equipo” (para ambas cosas hay ayudas),
terminando con la oración y celebración desde el tema. Se convierte así en un
instrumento práctico para cada sacerdote personalmente y para tantos y tan
hermosos encuentros en los que la fraternidad sacerdotal está llamada a
robustecerse y a hacerse humana y sacerdotalmente “más densa”. Los encuentros de
sacerdotes, alegres y festivos por el mismo hecho de encontrarse, no pueden
perder nunca la “densidad” de quienes se encuentran como amigos y como
hermanos, sacramentalmente unidos en la misma unción y en la misma tarea
misionera. No somos simples “camaradas”; estamos sacramentalmente “atados” unos
a otros por el mismo sacramento del Orden.
3. ¿Cuánto
tiempo le llevó escribir este libro y cuál es la metodología que siguió?
Nunca “me puse a escribir este libro”. Forma parte de un
trabajo más amplio. Como decía, desde el principio del pontificado del Papa
Francisco, me impresionó su manera de hacer y de hablar. Su comunicación que
tanto tiene que ver con la comunicación “bíblica”, aquella revelación que se
realizó – nos recuerda Dei Verbum – con palabras y hechos – verbis et gestis –
íntimamente relacionados: los “gestos” (en el sentido de Dei Verbum, no de los
gestos teatrales) confirman las palabras y las palabras explican los hechos.
Digo que me impresionó – por mi formación biblica – ver que, con este estilo,
se realizaba de manera tan cercana algo tan antiguo como la misma comunicación
de Dios… Y me decidí a seguir muy de cerca todo ese “especial” magisterio
“franciscano”. Me bajaba de la Web oficial del Vaticano tolo lo que el Papa
decía… Fruto primero de aquel deseo de “meterme” en la mente y el corazón de
Francisco fueron tres publicaciones “ad usum privatum”, tituladas las tres: “A
la Zaga de Francisco”, y enumeradas (1,2 y3), cuyo objetivo era llamar la
atención d el agente a lo “nuevo que estaba ocurriendo” y que teníamos el
peligro de “no notarlo”. Los temas eran variadísimos como variados son los
temas que aborda el Papa en la cantidad tan impresionante de encuentros con
todo tipo de gente. Ahí estaban también los SACERDOTES, con abundantísimas y muy
exigentes palabras para ellos. Y, por eso, era uno de los ítems que más
“engrosaba”. Como la decía la publicación de “Queridos sacerdotes” no recoge
todo.
4. ¿A quién
va dirigido el libro y cómo se ha distribuido hasta el momento?
Es obvio a quiénes va dirigido: a los sacerdotes.
Necesitamos “refrescar” nuestra identidad y misión. El Papa está introduciendo
a toda la Iglesia en una verdadera reforma. Si los sacerdotes “no nos subimos
al carro” de esa impresionante tarea que el Papa se ha propuesto – la elección
de su nombre ya sonaba a “reforma” -, si lo dejamos solo, vamos a incurrir en
una “histórica falta de responsabilidad eclesial”. La reforma de Francisco –
como todas las grandes reformas en la Iglesia – tiene un componente de reforma
“personal” impresionante. El Papa está convencido de que sin esa conversión
personal, no será posible la “conversión pastoral” que quedaría reducida así a
un simple “cambio de decoración pastoral”. Pero, también a los sacerdotes nos
cuesta la conversión personal: “reformar lo deformado”, tal como el Papa pedía
a la Curia romana, es rodo un reto. No nos es fácil a los sacerdotes reconocer
“lo deformado” de nuestra vida y ministerio. La conversión personal hay que
pedirla como gracia.
5. ¿Por qué
es importante en la actualidad que los sacerdotes tengan un acompañamiento
espiritual profundo?
El “acompañamiento”, en general, es uno de los temas
preferidos por el Papa. Ya en Evangelii Gaudium dio mucha importancia a los
procesos de acompañamiento personal. Los sacerdotes tenemos el peligro de ser
acompañantes, pero sin dejarnos acompañar nosotros mismos. Y eso no vale.
Necesitamos ser acompañados: poner nuestra vida y ministerio, con sinceridad,
valentía y humildad – tal y como esa vida está -ante algún sacerdote
experimentado y sabio, pare evitar el peligro de “engañarnos a nosotros
mismos”. Tenemos el peligro – consciente o inconscientemente – de decirnos a
nosotros mismos: “todo marcha bien”. A veces, es verdad que “todo marcha bien”,
pero “por reducción”: si reducimos el ministerio a la celebración de los
sacramentos y, además, a una celebración más bien funcional – como funcionarios
de lo sagrado – que personalmente comprometida – con implicación en los
misterios que celebramos -, entonces uno puede tener la conciencia de que “todo
marcha bien”… Pero, ahí es donde el Papa (lo mismo que hacía Jeremías con el
pueblo de Israel, satisfecho de sí mismo
“por reducción”), no dice a los sacerdotes: “… y no marchaba bien”. El
paso de una pastoral deductiva a una pastoral inductiva, la que parte de la
realidad de la gente, requiere sacerdotes que sepan vivir a ritmo de pueblo,
especialmente de pueblo sufriente… Todo un
desafío para recrear un nuevo estilo de sacerdote que pase de la
conciencia y práctica de la “segregación” a una conciencia de su identidad en y
desde el “arraigo” con la gente desde la “caridad pastoral”. Justamente porque
el reto es mayor, se hace más urgente un acompañamiento espiritual de hondura,
para poder adentrarse en la oscuridad sin
perder la capacidad de alumbrar.
6. Continuamente
los sacerdotes tienen reuniones vicariales o decanales, ¿puede sugerirnos
algunas líneas a tomar en cuenta en estos encuentros que favorezcan la
espiritualidad del clero?
Gracias a Dios, los “encuentros” de los sacerdotes se han
multiplicado. La facilidad de encontrarse es hoy mayor que en épocas
anteriores. Pero es preciso desarrollar también en los sacerdotes la “cultura
del encuentro”. Encontrarse no es simplemente “juntarse”. Para juntarse basta
con la presencia; para el encuentro necesitamos la “inter-actuación”. El
peligro es reducir los encuentros a “reuniones de empresa”. Hay muchos
encuentros “funcionales” y pocos “espirituales”. Casi se ha hecho una rutina el
rezo que no falta en cualquier tipo de encuentro, pero que se limita a ese: a
un simple rezo. Nos haría más falta entrenarnos en el ejercicio de la “revisión
de vida”, para unir “vida y ministerio” de tal modo que pudiéramos vivir lo
específico de nuestra espiritualidad sacerdotal que es justamente alimentar la
vida interior desde y no al margen del ministerio, del “amoris officium”
(servicio de amor) que realizamos. Siendo el eje de nuestra espiritualidad la
“caridad pastoral”, el alimento de la misma en el “encuentro” con los hermanos
es imprescindible para que el trabajo pastoral proceda realmente de la unción y
no se quede en la mera función.
Los encuentros sacerdotales no deberían ser una simple
yuxtaposición de la oración (a veces, puramente formal) y la acción (que
planeamos, revisamos, evaluamos, proponemos)…; todos ellos debieran ser, más
bien, como una experiencia honda de nuestro ser contemplativos en la acción
“pastoral”. Contemplación y acción para ser el mejor reflejo del Buen Pastor.
En este sentido, la mirada a la acción desde la “pastoralidad” de Jesús es la
mejor garantía de que nuestras reuniones son verdaderos “encuentros” y no
simplemente formalidades que tenemos que cumplir para salir al paso
funcionalmente de la complejidad de la acción de la Iglesia, tratada, a veces,
más como organización que como presencia continuada de Jesús. Los encuentros de
sacerdotes se han de distinguir por su densidad humana, pastoral y espiritual y
están llamados a reforzar la comunión sacramental, que se quedaría solamente en
el “deber ser”, si realmente no lo “es” en el “estar los hermanos unidos”,
incluso en un mismo lugar, como los estuvieron los Apóstoles… Entonces, sí que
desciende el Espíritu. Y Jesús está en medio de ellos no como mera figura de
recuerdo, sino como
7. En la
Arquidiócesis de México el Card. Aguiar busca implementar las llamadas Unidades
Pastorales que contempla el Derecho Canónico, que entre otras cosas contempla
la vida comunitaria de los sacerdotes a fin de que estos se acompañen
permanentemente y promuevan su espiritualidad. ¿Cree que sea una buena opción
en estos tiempos? ¿Por qué?
Cuando una cosa la hacemos “obligados”, pero es buena,
solemos decir que “de la necesidad se hace virtud”. Y un poco de eso nos ha
pasado con las Unidades Pastorales. A veces, se recurre a ellas para paliar de
algún modo la escasez de sacerdotes, y poder atender así, “en equipo”, Unidades
Pastorales conformadas por diferentes parroquias, ahorrando así sacerdotes. Hay
que decir, ante todo, que esta forma de atención pastoral está prevista en el
canon 517 § 1 del vigente Código: «Cuando así lo exijan las circunstancias, la
cura pastoral de una o más parroquias a la vez puede encomendarse
solidariamente a varios sacerdotes, con tal que uno de ellos sea el director de
la cura pastoral, que dirija la actividad conjunta y responda de ella ante el
Obispo». A no ser que se supriman las parroquias y se constituya una sola del
conjunto de las atendidas solidariamente por un equipo de sacerdotes, el “in
solidum” se refiere al equipo de sacerdotes que las atienden y no a las
parroquias atendidas. No sé cómo lo estarán haciendo concretamente en Máxico,
pero, por lo que se refiere a la “solidaridad” del equipo sacerdotal que
atiende a las Unidades Pastorales, sí hay que decir que es una oportunidad
única para vivir en la práctica la fraternidad sacerdotal. Todos tenemos en
mente la figura fuerte, forjada, estable, bueno… del párroco ya entrado en
años, pero que ha vivido su ministerio, en
ocasiones, como un “llanero solitario”.
La figura del equipo presbiteral “in solidum” para una
Unidad Pastoral está llamada a romper definitivamente esa figura, propiciando
el “cierto estilo de vida en común” que ya auspiciaba para los sacerdotes el
Vaticano II (Presbyterorum Ordinis). La dimensión comunitaria del ministerio
del Orden queda así más claramente expresada. Y da la posibilidad real de que
sea sinceramente vivida. Las condiciones objetivas para un fortalecimiento de
la vida espiritual del sacerdote están dadas y hay que aprovecharlas. Otra cosa
es que subjetivamente cada uno de los sacerdotes que conforman el equipo “in
solidum” se las apropie. Sin duda que el Cardenal Aguiar tendrá previsto hacer
frente no sólo la dimensión administrativa de la decisión pastoral tomada, sino
también a la preparación espiritual de los sacerdotes, para que descubran en
esta nueva situación una “ocasión de oro” para la vivencia de la comunión
sacerdotal y de la fraternidad presbiteral que derivan del mismo sacramento del
Orden. Los antiguos decían de “la vida en común” que era la máxima disciplina.
El reto de los equipos sacerdotales “in solidum” es hacer de ella una fuente de
gozo, para que ellos y sus feligreses puedan cantar con el salmo: “qué bueno y
hermoso es que los hermanos vivan unidos” (Sal 133,1).
8. ¿Cuáles
son las necesidades más apremiantes (urgentes) que la Iglesia debe atender en
el acompañamiento espiritual al presbiterio?
Un buen acompañamiento de los presbíteros debe alcanzar no
sólo al ministerio, sino también, y principalmente, a la vida. Vida y
ministerio son dos dimensiones que no se pueden separar: el presbítero tiene un
carisma de totalidad (que no quiere decir que tenga la totalidad de los
carismas). Es una totalidad que le impide “lotificar” su interioridad,
quedán-dose con lotes para su propia vida privada. El afán de “privacidad
descomprometida” minis-terialmente es el inicio seguro de la “mundanidad
espiritual” de la “funcionalización” del minis-terio, de las que tanto habla el
Papa, a quien le asusta el sacerdote funcionario. La alerta es importante. Un
sacerdote condiocesano allá por los años 70, se había puesto como lema para su
vida sacerdotal: “expropiado para utilidad pública”, ése es el carisma de
totalidad: la propiedad sobre ti, la pasas a Jesús y a la gente. Es todo lo
contrario a la autorreferenciali-dad que es “la madre” de todas las tentaciones
de fuerte cuño cultural, que acorralan la vida de un presbítero. Llegar a esta “expropiación” requiere la
con-formación humana y creyente de quien opta por “realizarse en la entrega” en
medio de una autorreferencialidad tan salvaje, como lo expresa la afirmación
que para algunos es modo de vida: “el único amor que verda-dero es el amor
propio”.
Es preciso que el acompañamiento acuñe en la vida del
presbítero el intenso deseo de la “imitación de Cristo”. Y, en concreto, de
Jesús, Buen Pastor, dispuesto a dar la vida por las ovejas. Un presbítero que
sepa entender su “autoridad”, desde la cruz: una autoridad para servir y no a
servirse de la gente. Un presbítero que no se encandile con la dimensión
sacerdotal de su ministerio y descuide la dimensión profética y pastoral. Un
presbítero que no se “atrinchere” en el templo, olvidándose que, a ejemplo de
Jesús, debe comenzar su pastoral desde las periferias. Un presbítero a quien nunca
se le ocurra decir: “la Iglesia soy yo” y considere a los laicos y laicas como
a sus útiles mandaderos. Un presbítero que no se ponga la coraza de una
formación rígida y legalista que le lleva a pensar que está tratan-do de
manejar robots y no de atender a personas que llegan hasta él “con todo y su vida a cuestas”. Un presbítero que,
a imitación de Jesús, haga de la misericordia el corazón mis-mo de toda su vida
y ministerio.
Es curioso: en los tiempos en que todo estaba claro para el
sacerdote y sabía per-fectamente qué y cómo hacer en su vida y ministerio, a
ninguno le faltaba el director espiri-tual. Y, ahora que cada día está llamado
a “inventar” su propia vida en la salida misionera y samaritana, como que se
las sabe todas y no cree necesitar de nadie que le acompañe. Cuando el Espíritu
como que hablaba en directo, no faltaba el director espiritual; ahora, que hay
que saber descubrirlo en la espesura de la vida, como que uno se vale por sí
mismo. A más necesidad de discernimiento, más necesidad de con-frontar, de
poner “frente a”, como cuando Pablo subió a Jerusalén para con.frontar con los
Apóstoles, por si estaba corriendo en
vano. Interesante: no por si estaba corriendo”, sino “por si lo hacía en vano”.
La vida y ministerio del presbítero no se puede juzgar, hoy, por lo que se
mueve, sino por la dirección en que se mueve. Decían los antiguos: “magni
passus sed extra viam” (grandes pasos, pero fuera de camino)… Cuando, el Papa
Francisco ha trazado de manera tan clara un nuevo camino para la Iglesia,
alguien nos tiene que ayudar para que podamos decir: “parvi passus, sed intra
viam” (pequeños pasos, pero en la dirección adecuada)…
9. Como
conocedor de los mensajes del Papa Francisco en relación con la espiritualidad,
¿cuál es la importancia que le da el Santo Padre a este tema y por qué?
Al Papa Francisco no se le puede entender sin una fuerte
espiritualidad de la imitación de Jesús. Y es la espiritualidad que él mismo
recomienda a los sacerdotes: “ponte en el lugar de Jesús”… “¿qué haría Jesús en
esta situación, frente a esta persona, este acontecimiento, esta comunidad?”:
tener “la mente de Cristo”, el corazón de Cristo, las manos de Cristo, la
acogida de Cristo… Que la gente nos perciba como “al Jesús que pasa”…
Espiritualmente el Papa es muy exigente. Él sabe muy bien que sin el Espíritu,
no hay verdadera motivación para la vida cristiana, en general, y muy
específicamente para la vida presbiteral. Pero, él cree en un Espíritu no
enjaulado, sino libre. Y, por eso, su insistencia en las sorpresas del
Espíritu. El Papa tiene muy claro que lo que él hace y enseña no es fruto de
ninguna ideología, sino de una imitación de Jesús. Jesús es su única y
exclusiva justificación… Su ideal de santidad es poder decir con Pablo: “vivo
yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,10).
Este arraigo en Jesús es la piedra angular de la reforma
“franciscana”. Lo que desubica a tanta gente es que ese Jesús es el sencillo
Jesús del Evangelio y su proyecto del Reino. La vuelta a Jesús, a la sencillez
y frescura del Evangelio, a la originalidad de su mensaje, al núcleo de su
anuncio ha dado como fruto la Exhortación “Gautede et Exultate” “sobre el
llamado a la santidad en el mundo de hoy”. El Papa sabe que estamos en una
situación cultural en la que también Jesús tendría que ir contracorriente. La
espiritualidad que propone el Papa es fuertemente espiritual, pero no
espiritualista; es densa, pero no es complicada; es firme, pero no es
rigorista; es perfecta, pero no perfeccionista; es sublime, pero no es inhumana;
es heroica, pero deja de ser ordinaria; es celeste, pero profundamente
encarnada. Quien, por hacerlo más cercano, quisiera quitar al Papa Francisco la
dimensión espiritual, estaría quitándole el impulso más fuerte de su cercanía.
La suya es una cercanía con espíritu y, más aún, una cercanía con Espíritu. Sin
este arraigo en el Espíritu, él mismo se consideraría como “un metal que
resuena o unos platillos que aturden”. Lo que pasa es que dejar que el Espíritu
actúe es estar dispuestos a que “Él haga nuevas todas las cosas”.
10. Finalmente,
¿cuál sería su mensaje a todos los responsables diocesanos de la formación
espiritual del clero?
Le diría a cada uno en singular: “carpe diem”. Es un momento
que hay que aprovechar. No podemos, hoy, entregarnos a la formación permanente
e integral del clero (tampoco a la formación espiritual), “etsi Franciscus non
daretur” (como si Francisco no existiera). Pare evitar ese peligro, PPC publicó
el “Queridos sacerdotes”. Su presentación didáctica lo hace instrumento muy válido
en sus manos para “agarrar el momento”. Es muy grande la responsabilidad de los
encargados de formación permanente del clero. Es necesario no sólo leer, sino
asimilar bien la Exhortación sobre el llamado a la santidad en el mundo actual,
Gaudete et Exultate. No se puede desligar las formación espiritual de la
formación humana, intelectual y pastoral. Son dimensiones de una única
formación “en” el sacerdocio, tan abierta y configuradora que bien se le podría
llamar no simplemente formación permanente, sino “conformación”
permanente: su finalidad es, en efecto,
conformar la vida y ministerio del sacerdote con la vida y el ministerio de
Jesús. Los responsables diocesanos de formación del clero son hermanos entre
hermanos, pero son también hermanos “para” los hermanos. Decimos muchas veces
que el púbico más duro para la formación somos los sacerdotes. Tenemos muy
asumido el complejo de “maestros”. Y somos duros para “reformar lo deformado”:
no por mala voluntad, sino porque la primera formación “nos hizo” y nos parece
que nos hizo para siempre. Nos debemos recordar todos la frase de San Agustín
que al “con vosotros soy cristiano, para vosotros soy obispo”, añadía, “para
vosotros soy maestro, con vosotros soy condiscípulo”.
Ánimo a todos y un abrazo desde Guatemala
P.
Pedro Jaramillo Rivas
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