Mons.
Felipe Arizmendi Esquivel / Obispo Emérito de SCLC
VER
Del
12 al 17 de febrero de 2016, tuvimos la gracia de ser visitados por el Papa
Francisco. Han pasado dos años; ¿qué nos dejaron su presencia y sus mensajes?
Lamento
que para muchísimas personas queda sólo un recuerdo, más o menos borroso, o
quizá muy emotivo, pero sin mayor profundidad y trascendencia.
¿Qué
palabras o actitudes recuerdas? ¿Qué te hizo pensar, reflexionar y
cuestionarte? ¿Qué de tu vida cambió?
Cuando
me preguntan qué dejó su visita a los pueblos indígenas, en concreto a la
diócesis de San Cristóbal de Las Casas, les digo que les dejó algo que es
invaluable: la convicción de que son importantes para Dios, para la Iglesia y
para la sociedad. Les afianzó en su dignidad, en su historia, en su identidad,
en su necesaria aportación al bien nacional. La inculturación de la liturgia
que logramos, les ha dado más confianza de que ellos son Iglesia, que sus
lenguas y sus ritos no son despreciables, como si fueran magia y signo de
atraso o de ignorancia. Esta sensación de que sí valen, y valen mucho, es lo
más precioso de esta histórica visita. Además, me entregó 80 mil euros para
apoyar a los pobres, porque me dijo que a él le entregan dinero para los
pobres, y sabe que esa diócesis es mayoritariamente pobre, y por ello me
entregaba esa cantidad, dejando a mi entera libertad destinarla a las varias
necesidades que hay. Desde luego que así lo hicimos, destinado una buena parte
a los albergues que se tienen para los migrantes.
PENSAR
Quiero
traer a colación sólo algunos de sus mensajes, para recordarlos y darles
vigencia, pues no han perdido actualidad.
En
Palacio Nacional, ante el Presidente de la República, autoridades civiles y
cuerpo diplomático, dijo entre otras cosas: “La experiencia nos demuestra que
cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en
detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve
un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las
culturas diferentes, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro
y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo… A los dirigentes de
la vida social, cultural y política, les corresponde de modo especial trabajar
para ofrecer a todos los ciudadanos la oportunidad de ser dignos actores de su
propio destino, en su familia y en todos los círculos en los que se desarrolla
la sociabilidad humana, ayudándoles a un acceso efectivo a los bienes
materiales y espirituales indispensables: vivienda adecuada, trabajo digno,
alimento, justicia real, seguridad efectiva, un ambiente sano y de paz”.
A
los obispos, en la catedral metropolitana, nos dijo: “Sean obispos de mirada
limpia, de alma transparente, de rostro luminoso. No le tengan miedo a la
transparencia. La Iglesia no necesita de la oscuridad para trabajar. No pongan
su confianza en los «carros y caballos» de los faraones actuales. No pierdan
tiempo y energías en las cosas secundarias, en las habladurías e intrigas, en
los vanos proyectos de carrera, en los vacíos planes de hegemonía, en los
infecundos clubs de intereses o de consorterías. No se dejen arrastrar por las
murmuraciones y las maledicencias.
Les
ruego por favor no minusvalorar el desafío ético y anti cívico que el
narcotráfico representa para la juventud y para la entera sociedad mexicana,
comprendida la Iglesia. La proporción del fenómeno, la complejidad de sus
causas, la inmensidad de su extensión, exigen un coraje profético y un serio
y cualificado proyecto pastoral.
Es
necesario superar la tentación de la distancia, del clericalismo, de la
frialdad y de la indiferencia, del comportamiento triunfal y de la
autorreferencialidad. Y, con más viva insistencia, los exhorto a conservar la
comunión y la unidad entre ustedes. Esto es esencial. Si tienen que pelearse,
peléense; si tienen que decirse cosas, se las digan, pero como hombres, en la
cara, y como hombres de Dios, que después van a rezar juntos, a discernir
juntos y, si se pasaron de la raya, a pedirse perdón, pero mantengan la unidad
del cuerpo episcopal. No se necesitan «príncipes», sino una comunidad de
testigos del Señor”.
A
los sacerdotes, religiosas y seminaristas, en Morelia, advirtió sobre “una de
las armas preferidas del demonio, la resignación: ¿Qué le vas a hacer? La
vida es así... Una resignación que nos paraliza y nos impide no sólo
caminar, sino también hacer camino; una resignación que no sólo nos
atemoriza, sino que nos atrinchera en nuestras «sacristías» y aparentes
seguridades; Una resignación que no sólo nos impide proyectar, sino que nos
frena para arriesgar y transformer”.
En
Morelia, dijo a los jóvenes: “No todo está perdido. No estoy perdido, yo
valgo, yo valgo mucho. ¡Atrévanse a soñar! Yo creo en Jesucristo y por eso
les digo esto: Él es quien renueva continuamente en mí la Esperanza. Es Él
quien renueva continuamente mi mirada. Es Él quien despierta en mí, o sea en
cada uno de nosotros, el encanto de disfrutar, el encanto de soñar, el encanto
de trabajar juntos. Me han pedido una palabra de esperanza. La que tengo para
decirles, la que está en la base de todo, se llama Jesucristo. Cuando todo
parezca pesado, cuando parezca que se nos viene el mundo encima, abracen su
cruz, abrácenlo a Él. Por favor, nunca se suelten de su mano. Nunca se
suelten de la mano de Jesucristo, por favor, nunca se aparten de Él”.
En
Ciudad Juárez, el ultimo día de su visita, dijo: “La gloria de Dios es la vida
del hombre. La gloria del Padre es la vida de sus hijos. La misericordia se
acerca a toda situación para transformarla desde adentro. Siempre hay
posibilidad de cambio. La misericordia de Dios es nuestro escudo y nuestra
fortaleza. La noche nos puede parecer enorme y muy oscura, pero en estos días
he podido constatar que en este pueblo existen muchas luces que anuncian la
Esperanza”.
ACTUAR
Hay
ediciones completas de sus mensajes. Sería oportuno repasarlos, orarlos y
esforzarnos por llevarlos a la práctica, para que no quede todo en un recuerdo
intrascendente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario