Ricardo Medina/ Círculos Virtuosos
El tercer debate presidencial en México articuló una
confluencia de fuerzas políticas como hace tiempo no veía en ningún otro
espacio social. Te invito por un momento a poner de lado el resultado de la
elección y observar el proceso que acabamos de activar entre todos. Cuatro
aspirantes a la presidencia enarbolaron sus banderas, sacaron sus mejores
cartas –y también algunos trapitos sucios del vecino–. Todos aceptaron hacerlo,
todos se aguantaron la incomodidad, no por entusiasmo propio, sino en reconocimiento
explícito a la fuerza política más importante del país: la ciudadanía.
Winston Churchill |
En orden alfabético, Ricardo Anaya lideró la transparencia,
Andrés Manuel López representó el anhelo anticorrupción, José Antonio Meade dio ejemplo de
profesionalización en el servicio público y Jaime Rodríguez hizo avanzar un
diálogo de rectitud y paz. Nadie salió sin raspones, pues ninguno es una blanca
paloma, pero se alinearon al ejercicio, pues aspiran a contar con mi confianza
y la tuya. Personalmente, estoy seguro que varios de ellos no son honestos ni
capaces de llevar a cabo lo que proponen. No importa. Pero sí es evidente que
la supervisión organizada, profesional y continua de los ciudadanos en el
espacio público genera propuestas valiosas, transparencia, rendición de cuentas
y efectividad en el uso de los recursos de todos. Y todo eso sí suma al país
que nos merecemos.
Mientras veía el debate, no podía dejar de sonreír, pues
pensaba en lo maravilloso que será un futuro donde el presidente de la
república rinda sus seis informes de gobierno en un formato como el que
acabamos de vivir: con preguntas ciudadanas recopiladas por medios sociales,
contrastando promesas documentadas de campaña con actos de gobierno, de cara a
los presidentes de los partidos políticos y ciudadanos independientes, en un
diálogo facilitado por periodistas expertos.
Tal vez pienses ‘ya no más, please’. Entiendo que algunos
estemos hartos y deseamos que esto ya se acabe, para entretenernos con la copa
de fútbol o la vida de Luis Miguel. Quizá suspiremos con nostalgia, recordando
aquella frase de Winston Churchill cuando dijo “que la democracia era el peor
sistema de gobierno creado por el hombre” y aspiremos a que –ahora sí– algún
iluminado nos saque de nuestras miserias de una vez. Le damos gracias a Dios
por estar en el grupo de los buenos (Lc 18, 11), y ‘rogamos para que este
presidente sí nos salga bueno, por favor’.
Winston Churchill
Pero en el fondo, tú yo intuimos que necesitamos
acostumbrarnos a seguir metiendo nuestras narizotas en la democracia, de modo
organizado y continuo. Así que aquí tienes la cita de Churchill, en su contexto
original, cuando en su propio espacio había desencanto y hartazgo.
“Toda esta idea de un puñado de individuos apresando la
maquinaria del Estado, teniendo el derecho de hacer con la gente lo que
conviene a su partido, intereses personales y doctrinas, es completamente
contraria a cualquier concepción o supervivencia de la democracia Occidental.
Toda esta idea de un grupo de súper hombres y súper
planeadores, que los vemos frente a nosotros ‘haciéndose los angelitos’ y
haciendo que las masas de gente hagan lo que piensan que es bueno para ellos,
sin rendir cuentas ni corregir [su actuar], es una violación a la democracia.
Muchas formas de Gobierno se han probado y se probarán en
este mundo de pecado e infortunio. Nadie pretende que la democracia sea
perfecta u omnisciente. Sin duda, se ha dicho que la democracia es la peor
forma de Gobierno, excepto por todas aquellas
formas que se han probado en su momento. Pero es sentimiento
generalizado que la gente ha de gobernar, gobernar continuamente y que la
opinión pública, expresada a través de todos los medios constitucionales
posibles ha de guiar y controlar las acciones de los Ministros, quienes son
servidores y no amos”.
Coincido contigo en que la democracia cansa y nos distrae de
algunas cosas más placenteras, pues el gobierno del pueblo sobre los recursos
comunes requiere de tu tiempo y del mío. Pero los resultados de nuestro
no-involucramiento ya los conocemos. Recién estamos viendo los primeros frutos
y necesitamos acostumbrarnos a actuar así. Sí se puede. Tenemos que seguir.
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